
Foto de Edmundo, con dedicatoria a sus abuelitos.
Hace diecisiete años conocí a Fabiola y Roger Chiriboga González. Era julio de 2001 y se acercaba una fecha muy emotiva y dolorosa. Se cumplían seis décadas de la muerte de su hermano, César Edmundo, y los recuerdos eran tan vívidos y los sentimientos tan fuertes que arrancaron algunas lágrimas. En el diálogo me enteré del impacto tan devastador que había tenido la muerte de Edmundo en su madre Romelia. Quiero compartir el artículo escrito fruto de aquel encuentro con la historia, pero sobre todo con el amor y la tragedia de una familia.
Gritar ¡Viva Ecuador! en un acto cívico es una muestra de respeto al país donde se ha nacido; pero hacerlo en un momento en el cual está comprometida la vida misma es la demostración que a la patria no se la pregona, simplemente se la siente arraigada en el alma. Pero, para ejecutar tal hazaña, sin lugar a dudas, hay que reunir características especiales: valentía, fe, tranquilidad de conciencia, dignidad y lealtad a toda prueba. En fin, ser un héroe de la vida real.
“Así queremos que se le recuerde”, dice Fabiola, hermana de Edmundo Chiriboga, cuyo sexagésimo aniversario de muerte se cumplirá este miércoles. Y es que, aunque la familia del héroe riobambeño siempre lo tiene presente, la cercanía de la fecha revive los recuerdos con toda su fuerza. La muerte había tocado a la familia en Chacras, durante la guerra con Perú, en 1941.
Todo empezó el 17 de agosto de 1917 en la ciudad de Riobamba. César Edmundo, el recién nacido, llenó de felicidad el hogar formado por César y Romelia y asentado en las calles Orozco 104 y Velasco. “Era un niño inquieto, pero no travieso”, dice Roger, uno de los siete hermanos del futuro militar, que no lo conoció personalmente, sino a través de los relatos de su padre y de sus tías. ¿Pero cómo se hace para amar a alguien que no se ha conocido por haber sido muy pequeño? “Le amamos por ser hermano y más aún por ser un hermano muerto. Siempre nos hablaron de su pérdida, de quien nos enseñó a ser patriotas, no de forma directa, sino a través de las hazañas que hizo. Le recordábamos con una enorme pena de haber perdido a ese hermano, aquel que con su muerte había engrandecido al país, pero que se había llevado la mitad de mi madre y la mitad de nuestra felicidad”, dice Roger.
César, el padre, procuró documentar exhaustivamente cada uno de los pasos de su hijo. Tal vez, porque presentía para él un destino prominente. Gracias a aquello, se cuenta ahora, con sus diplomas escolares y secundarios, las invitaciones para su primera comunión, el diploma de graduación, la solicitud de ingreso al Colegio Militar Eloy Alfaro; así como los papeles que narran su actividad castrense.
Sus hermanos, al igual que las personas que han investigado su vida, creen que su destino estaba trazado. Roger cuenta que al ingresara a la escuela «Nicanor Larrea», Edmundo interpretó a Abdón Calderón, en una representación teatral con motivo de la conmemoración del 24 de Mayo. “El destino le llevó a representar en la frontera lo que años atrás había hecho en la escuela en un sainete. Se puso un fusil de verdad y en el alma el patriotismo para defender a su patria”, afirma con voz quebrada.

Edmundo, en su niñez, representó a Abdón Calderón. Fue una ironía de la vida ambos son héroes jóvenes que ofrendaron su vida durante las guerras.
Las paredes históricas del colegio San Felipe Neri lo recibieron casi al llegar a la adolescencia. Los diplomas hablan de una conducta intachable y un aprovechamiento sobresaliente. Después de egresar de la institución jesuita, según la costumbre de la época obtiene el título de bachiller en el colegio Pedro Vicente Maldonado.
La dinastía de militares que comenzó con la llegada a la Real Audiencia de Quito del español Martín Chiriboga y el nacimiento de su hijo, Eugenio, en el siglo XVII, se impuso. Edmundo rindió su examen de ingreso como cadete de colegio militar en octubre de 1936. Un año después es ascendido a brigadier y luego a alférez de Infantería.
En el establecimiento militar hizo grandes amigos como Hugo Merino, Gustavo Banderas, Gonzalo González, Gustavo Corral y Gustavo Gallegos. Con ellos, un 13 de enero de 1937 hizo una promesa: reunirse en Riobamba, diez años después. Edmundo Chiriboga, un hombre leal a su palabra, esta vez no pudo cumplir; la muerte se lo impidió.
El 24 de mayo de 1938 obtuvo el grado de subteniente de Infantería. Al poco tiempo es destinado a la región amazónica, a Río Corrientes.

Foto de Edmundo cuando se graduó de alférez.
Fabiola recuerda aquellos años de separación. “Él, desde muy joven, vivió en Quito, porque ingresó al colegio militar y, luego, fue enviado al Oriente, donde tuvo sus primeros combates con el ejército peruano. Fruto de aquello, Edmundo tenía una herida muy profunda en una de sus piernas. Esa huella fue la que ayudó a la identificación del cadáver”, manifestó.
En 1941, en la guerra con Perú, el entonces teniente Edmundo Chiriboga fue transferido a El Oro, donde sucedió la tragedia. Al mando del pelotón, perteneciente al Batallón de Infantería Carchi, durante el combate de Chacras, fue rodeado por fuerzas peruanas.
Un soldado peruano del quinto de Infantería relató varios años después la forma en la que murió el teniente Chiriboga. Según el testimonio, el pelotón de Edmundo había disparado su último cartucho y estaba rodeado. Los atacantes gritaron: “rendirse todos, entreguen las armas y griten: ¡Viva Perú!”. La respuesta del teniente fue leal, pero suicida: “Los ecuatorianos no se rinden. ¡Viva Ecuador!”. El soldado peruano asegura que, al oír la respuesta, el jefe del batallón quinto de Infantería se enfureció ordenó ametrallarlos.
Los proyectiles sureños acabaron con la vida del teniente, pero no con su espíritu. Fueron los mismos peruanos que reconocieron la valentía y lealtad de los soldados. En la fosa común, donde colocaron los cuerpos, clavaron una cruz que decía: “Teniente Edmundo Chiriboga y 25 de tropa, caídos el 25 de julio de 1941, en el cumplimiento de su deber”.
Mientras tanto, a Riobamba llegaban noticias atrasadas o simplemente no había noticias. Era total confusión. “Unos hablaban que Edmundo había muerto, otros que estaba preso en Perú, que estaba sin piernas. Era un dolor tras otro”, aseguran los hermanos.
La recuperación del cuerpo solo pudo ser posible un año tres meses después. Gente que trazaba un nuevo camino en Chacras descubrió la cruz y comunicó a la Cancillería de Ecuador que ofició sobre el descubrimiento al padre del joven. En su interior aún albergaba esperanza; quizá no se trataba de su hijo, quizá era una más de las tantas noticias falsas que llegaron durante esos 455 días de tormento. Pero, había que salir de dudas.
“Mi papá enseguida pidió rescatar los restos. Con un representante de la Cancillería salió de Guayaquil. Después de un largo viaje logró encontrar la cruz y exhumar los restos. En medio de tanto cadáver fue posible identificar a Edmundo por la placa dental, la herida en la pierna, una correa que no se había dañado y sobre todo porque en la chaqueta aún estaban adheridas las medallas que mi mamá le había entregado”, cuenta Roger.
El 24 de octubre de 1942, el cadáver del héroe llegó a Riobamba. Daniel León Borja, en esa oportunidad, había dicho que Edmundo Chiriboga regresaba no con el ropaje de la vida, sino con el atuendo de la heroicidad.
La confirmación del asesinato de Edmundo trajo toda una crisis familiar. “Nadie puede imaginarse lo que se siente. Primero la falta de un hermano y luego la enfermedad de mi madre. Era un dolor de toda la familia que perduró muchos años”, rememora Fabiola.
Doña Romelia, según recuerdan sus propios hijos, se perdió del mundo, se hundió en la desesperación y se desestabilizó emocionalmente, hasta el día que falleció. “Se alejó totalmente de la vida social y en cierto modo nos desatendió porque su dolor era demasiado fuerte. Fue Raquel, nuestra hermana mayor, quien se hizo cargo de nosotros”, confiesa Roger, quien en algún momento también quiso integrarse a las Fuerzas Armadas. “Mi padre me dijo: piénsalo bien, tu madre va a recordar en ti, a tu hermano muerto y va a revivir toda la tragedia; así que desistí de la idea”, afirma.

Estampilla del capitán Edmundo Chiriboga, en homenaje a los Héroes Nacionales. En el sobre constan las firmas de sus progenitores: César Chiriboga y Romelia González.
Diecinueve años después de la muerte, el Comité Pro acercamiento institucional de Chimborazo, presidido por el entonces jefe de la V Zona Militar, teniente coronel Ángel Vega Avilés, inauguró el complejo escultórico en homenaje del héroe en el parque Guayaquil. Para entonces, ya se lo llamaba capitán Edmundo Chiriboga, porque a poco de su muerte el gobierno lo había ascendido al grado superior.
Según asegura el periodista José Garcés Meza, la obra se construyó en el tiempo récord de 4 meses con un costo de 145.000 sucres. El monumento fue inaugurado el 17 de agosto de 1960 y contó con la presencia del presidente electo de la República, José María Velasco Ibarra, quien en su discurso proclamó la tesis de la nulidad del protocolo de Río de Janeiro.
“Al principio todo el mundo hablaba de él. No es como ahora que se ha perdido la idea que existen héroes que se sacrificaron por defender a nuestro país”, asevera Roger.
Edmundo seguramente soñó con una vida larga y feliz. Pero, en el instante en el que le tocó decidir, prefirió quedarse con la dignidad y el honor de sentirse libre… porque la traición es una cadena demasiada pesada para vivir.

Rúbrica del héroe riobambeño.
(Publicado en Diario La Prensa de Riobamba el domingo 22 de julio de 2001)
- En Quito, en el colegio militar, se erige el Templete de los Héroes, una edificación que guarda mucha historia de Ecuador. Ahí precisamente, en un cofre pequeño, están los despojos mortales de Chiriboga, junto con los de otros soldados caídos en la Batalla de Pichincha y en la Guerra del 41.
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